«Aquí, una vez tuve un hermano». Es lo que piensa Gonzalo Rodríguez cuando pasa los fines de semana por delante de la nave de materiales de construcción que su hermano Álvaro tenía en Llaviada (Boal) y en la que fue asesinado de dos disparos el pasado noviembre. Ahora Gonzalo Rodríguez está más tranquilo, porque sabe que el supuesto asesino de su hermano ya está en Villabona, adonde ha sido enviado por el juez sin fianza a la espera de juicio.
El detenido es J. J. O, un vecino de 59 años de Prelo (Boal), que le había robado a Álvaro Rodríguez, natural del pueblo boalés de Castrillón, entre 3.000 y 6.000 euros meses antes del asesinato. El robo quedó grabado en las cámaras de seguridad de la nave de construcción y la víctima -«que era un hombre muy pacífico», explica su hermano- decidió arreglar las cosas sin interponer una denuncia: le exigió a J. J. O. que le devolviese el dinero que le había robado. El empresario, haciendo gala de su discreción, ni siquiera había comentado nada a sus hermanos, sólo los trabajadores de la nave sabían del robo. Él había decidido colocar las cámaras de seguridad para dar con la persona que estaba llevándose el dinero de una caja roja que él tenía en su mesa de trabajo y de la que, desde algún tiempo, faltaba efectivo.
Las grabaciones destaparon que J. J. O. era el ladrón. Pero hubo un último robo que no grabaron, el que el presunto asesino -un prejubilado de Electra de Viesgo- llevó a cabo el pasado 11 de noviembre. Ese día se llevó el dinero, la caja y la vida de Álvaro Rodríguez. Un disparo en la cabeza y otro en la espalda dejaron a Gonzalo Rodríguez sin su hermano «especial», su hermano del alma; sin la compañía del hombre, padre de dos hijos, que soñaba con jubilarse y recorrer los montes de la zona buscando túmulos y castros, su gran pasión.
Tras el crimen, el miedo se instaló en Boal. Los empresarios de Llaviada temían al ir a sus naves industriales, los vecinos buscaban culpables en las barras de los bares y entre los mil y un comentarios empezó a especularse sobre la posibilidad de que un «lío de faldas» hubiese desencadenado la muerte del empresario.
Gonzalo Rodríguez se pone serio y sentencia: «La gente debería analizar el daño que pueden llegar a hacer a una familia con estas especulaciones, cada uno que mire a sus espaldas y el que esté libre de pecado? Hemos oído de todo, algunos parecían que estaban empeñados en hacer culpable a mi hermano de su muerte». Habla mientras da una calada a su cigarrillo, un vicio ya olvidado que retomó el día del asesinato de su hermano y que ahora no consigue dejar. Expulsa el humo con rabia. La lleva dentro.
«Hemos pasado mucho en todo este tiempo», asegura al borde de emocionarse. «Yo siempre supe que él había matado a mi hermano y el tiempo me ha dado la razón». Gonzalo Rodríguez echa de menos a Álvaro y no acaba de entender por qué aquel hombre con el que él había estado tomando un vino apenas diez días antes de matarlo tuvo la «sangre fría de robarle la escopeta al sobrino de su mujer, cruzar el monte, entrar en la nave de Álvaro y matarle a tiros». Y añade: «No alcanzó a entender cómo alguien puede hacer eso». Lo único bueno que Gonzalo Rodríguez ha sacado de todo esto es «el apoyo de la gente, los amigos, la Guardia Civil y de los agentes de la policía científica que se han portado como amigos y psicólogos al mismo tiempo. Siempre apoyándonos, siempre diciéndonos que el culpable pagaría el delito y así ha sido. Antes de detenerle nos llamaron para darnos toda la información. Queremos que se sepa que esta gente hace un buen trabajo que va mucho más allá de poner multas».
Gonzalo y Álvaro Rodríguez sólo se llevaban dos años. Álvaro era el mayor. «Era un soñador, un idealista, un hombre tolerante con una buena visión de futuro que supo sacar un negocio adelante y hacerlo muy rentable», explica. «A pesar de sus "errores", era un gran padre y su mujer le adoraba, porque para ella, Álvaro era su guía y ahora ya no lo tiene».
La rabia y el desconsuelo que esta familia vivió desde el 11 de noviembre hasta el día de la detención del asesino confeso, el miércoles 16 de febrero, han dado paso al dolor por su ausencia. «Sólo había dos cosas que les gustaban tanto como la arqueología, hablar de historia con su hijo mayor y acompañar al pequeño a los entrenamiento de fútbol», explica Gonzalo Rodríguez.
La familia de Álvaro Rodríguez, un empresario boalés discreto cuya trágica muerte ha conmocionado a quienes le conocían, quiere empezar a remontar este duro bache. El duelo ha comenzado con el escaso consuelo de saber que hay una asesino en la cárcel y con la decepción de algunos flecos que quedaron sueltos.
«Aún estamos esperando a recibir una llamada del Alcalde o que se decidiera decretar un día de luto en el concejo por la muerte de un vecino, que era buen vecino», lamenta Gonzalo Rodríguez, quien deja el pitillo consumirse en su mano hasta que se le apaga casi en los dedos, sin darse cuenta. Como le pasaba a su hermano cuando dormía una rápida siesta encima de la mesa de su oficina. «Como dice un amigo de los dos, ahora volver a Castrillón nunca va a ser lo mismo».
FUENTE: ww.lne.es